Seguro que más de una y más de dos veces durante una partida de rol vuestros personajes se han visto jugando a algún juego de azar, probablemente con grandes apuestas. Puede ser que fueran agentes secretos ganado una fortuna en la ruleta de un casino, un anciano brujo que se divierte derrotando a sus aprendices al ajedrez o unos aguerridos pistoleros que dilapidan la última recompensa que han cobrado en partidas de póker.
Los juegos son una parte muy importante de la vida del ser humano y, como es lógico, es habitual que aparezcan en las sesiones. Lo más normal en estos casos es decidir el resultado del juego mediante una tirada, empleando las reglas del sistema de rol que estemos usando, y utilizando la inteligencia, astucia o ingenio del personaje, lo que sea más apropiado.
Pero a veces puede resultar interesante que sean los propios jugadores los que tomen las cartas o el tablero de ajedrez y ellos mismos, con su propia habilidad enfrentada a la del DJ (u otros jugadores) los que determinen el resultado de la partida que sus personajes están jugando. Esta forma de resolver los "juegos dentro del juego" entronca directamente con un tema que ya traté antes en este blog, y tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
La opción más cabal es usar este recurso con moderación, sólo recurriendo a él en los momentos en los que el personaje se está jugando algo muy importante. No conviene abusar. Así, no vamos a sacar la baraja de cartas para cada visita a la taberna, pero hay situaciones que casi piden a gritos este mayor grado de inmersión.
Una de estas situaciones se dio durante una de las sesiones de prueba de La Puerta de Ishtar. Y no era para menos, porque lo que se estaba apostado era algo tremendamente importante: el alma de uno de los personajes.
La gracia de todo esto, y es la razón principal por la que pongo esto en el blog, es que el juego en cuestión era bastante poco habitual; involucré a los jugadores en una partida al Juego Real de Ur, un pasatiempo habitual en la antigua mesopotamia (al menos entre los nobles) y que es, hasta dónde yo sé, el juego de mesa más antiguo de la humanidad. A tal efecto, y dando un paso más en mi camino a convertirme en un auténtico enfermo de todo el tema mesopotámico, adquirí una preciosa reproducción en madera del ejemplar original que desenterró Leonard Wooley. Bastante barata, por cierto.
Por si os lo preguntábais, las fotos que adornan esta entrada son de mi copia. ;)
Sin embargo, aún tenía un problema que solucionar. Y dicho problema era que el Juego Real de Ur que encontraron los arqueólogos no venía con instrucciones. Así, diferentes personas han "reconstruido" diferentes formas de jugar al juego, que rara vez coinciden. Además, para añadir un poquito más de caos a la situación, el juego que yo compré venía con otra interpretación más de las reglas.
La solución por la que opté es muy sencilla: decidí que todas las formas de jugar serían válidas. Parece probable que un mismo tablero fuera reutilizado de diferentes maneras en diferentes juegos. Y si no, no importa, en La Puerta de Ishtar es así.
Al final los jugadores apostaron el alma de uno de sus personajes a una partida de Las Ocho Pirámides, como es conocida cierta versión del juego en Kishar. Por suerte para ellos, la situación acabó bien, y eso que lo que tenían que hacer era dejarse ganar por su oponente.
Quiero creer que interpretaron bien las pistas que les dejé, pero también cabe la posibilidad de que simplemente perdieran, y no que se dejaran ganar. No sé cuál de las dos opciones fue la que ocurrió realmente y, la verdad, no sé si quiero saberlo. Lo importante es que creo que se lo pasaron bien.
Sin lugar a dudas aparecerán más partida de Las Ocho Pirámides (o alguna otra variante) en futuras campañas de La Puerta de Ishtar. Aunque me temo que esta entrada arruinará el efecto sorpresa.